Caracas, 26 de abril del 2016: 

Re: Tu viaje a Venezuela

Hola Hildegard,

Me preguntaste que llevar a Venezuela. Aquí te paso una lista:

• Papel higiénico (tengo todavía algunos rollos, pero si viajas al interior, mejor llevar)

• Medicamentos contra diarrea, fiebre etc. (No aspirina, sino paracetamol por el dengue)

• Shampoo

• Si te gusta tomar leche, trae leche en polvo. Desde hace meses no he visto leche en las tiendas

• Azúcar, si tomas café y té con azúcar. Solo se consigue papelón (la chancaca venezolana)

• Una linterna con pilas. En Caracas aún tenemos luz, pero hay cortes en el interior del país.

Bueno, creo que es todo

Me alegro verte pronto

Gabi


Venezuela siempre ha sido un país de las colas. Solo ahora que vuelvo a Venezuela después de 10 años, hacer cola ha cobrado otro sentido: ya no significa la congestión de autos de último modelo en las autopistas de Caracas, sino las colas de personas esperando durante horas ante un supermercado para conseguir algún alimento a precio regulado.

Las colas de personas y los centros comerciales vacíos son las primeras señales de que algo anda muy, pero muy mal en Venezuela. Los venezolanos aman a sus centros comerciales al estilo norteamericano: allí van a divertirse y consumir. Iban, mejor dicho. El centro comercial de Chacaito en pleno Caracas luce desolado a las 5 de la tarde: la mayoría de las tiendas cerradas con las rejas bajadas. Cierran a las 7 pm. En la noche nadie quiere salir. No solo para ahorrar energía. Sino para no caer en mano de algún malandro. Caracas es la ciudad con la tasa de homicidio más alta en el mundo.

En la autopista es donde Caracas amanece casi normal. El parque automotor, la infraestructura de autopistas y de edificios monumentales sigue siendo impresionante para alguien que viene del Perú. Pero las tiendas y restaurantes vacíos recuerdan escenas de un país en guerra. Detrás de sus autos y edificios, se abre el abismo. Las personas solo aparecen como de la nada en cualquier esquina cuando corre el rumor de un alimento o artículo de higiene que ha llegado.

Pero todavía no he visto lo peor. Todavía me muevo en la clase media donde, aunque sus jóvenes profesionales se preparan para salir del país y los que quedan pasen horas consiguiendo artículos de sustento básico, por lo menos aún los consiguen. Todavía no he visto el hambre. Todavía no he ido a Puerto Ordaz ni a Barquisimeto.

Lo que va mal

Lista de precios para entender lo que va mal en Venezuela: 

1 litro de gasolina:  6 bolívares (1 dólar equivale a 1,051 bolívares)

1 litro de leche:  600 bolívares

1 arepa mixta y un café grande: 1,600 bolívares

1 pasaje en avión de Caracas a Puerto Ordaz: 5,000 bolívares

1 sueldo mínimo: 15,000 bolívares

Tasa de inflación esperado al final del 2016 720 %

(Fuente FMI. El Banco Central Venezolano ya no publica índices de inflación)


Si sería posible comer el petróleo, Venezuela estaría bien. Todos los gobiernos venezolanos han prometido “sembrar el petróleo”. Uno u otro lo ha logrado a medias, pero el gobierno chavista ciertamente ha sido el más inepto. Para ver su fracaso voy a orillas del río Orinoco, a Puerto Ordaz, la ciudad que estaba destinada a ser el corazón industrial de Venezuela. Hoy en día, allí reinan la violencia, el miedo y el hambre.

Puerto Ordaz: “Vivimos en un estado de guerra“

Difícil que Damián Prat pierda su humor, ni en la crisis más fuerte que está atravesando su país. “Antes nos gustaba mirar detrás de una bella mujer, hoy solo nos interesa qué alimento lleva en su bolsa plástico y dónde lo ha conseguido”, bromea el periodista de Puerto Ordaz, a 680 km al suroeste de la capital Caracas. La crisis afecta a todo el país, pero ver la implosión del anteriormente próspero país petrolero es aún más trágico en Puerto Ordaz: la ciudad a orillas de la confluencia de los ríos Caroní y Orinoco fue construida hace 60 años para hacer de la ganancia petrolera una industria floreciente y perenne. “Aquí había todo lo que se necesitaba para una industria: yacimientos de bauxita y de hierro, un río apto para represarlo y producir energía hídrica y una carretera fluvial hasta el Atlántico”, dice Damián Prat quien observa desde 1976 la gloria y la caída de las llamadas “industrias básicas de acero y de aluminio”. 

 “En sus mejores tiempos Puerto Ordaz producía hasta el 25% de la exportación venezolana, hoy son 5%”. La industria siderúrgica de Puerto Ordaz está parada. No hay electricidad, a pesar de que a 80 km funciona la represa más grande del país, el Guri, que provee el 70% de la electricidad de toda Venezuela. “Durante los últimos años, el gobierno sobreexplotó el Guri, de manera que no estaba preparado para un año de sequía como este. Como la luz del Guri era más barata, no invirtieron ni repararon las centrales térmicas alternas”, cuenta Damián Prat. El resultado: durante cuatro horas diarias se corta la luz en todas las ciudades del interior de Venezuela. Como Puerto Ordaz es una ciudad de edificios, anchas autopistas y centros comerciales con aire acondicionado, sin luz la gente está confinada a permanecer y sudar en sus departamentos. 

El aire acondicionado es el menor problema que tiene el padre Carlos Ruiz de Cascos en la vecina ciudad de San Félix. Si en Puerto Ordaz habitan los ejecutivos e ingenieros de la industria siderúrgica, en San Félix viven los migrantes de todo el país que en su mejor época habían encontrado trabajos como chofer, albañil o empleada de casa. Hoy en día padecen hambre o se han vuelto delincuentes.

Dos jóvenes tocan a la puerta de la parroquia San Martin de Porras. El padre Carlos les da dos rebanadas de pan de molde. “Me tocan hasta 20 veces la puerta para pedir comida”, dice el sacerdote que nació en la ciudad de Burgos en España y que lleva 13 años al mando de la parroquia en San Félix. “He trabajado 10 años como sacerdote en España y nunca he visto una persona asesinada. En mis 13 años aquí me ha tocado enterrar unos 1000 personas asesinadas”. El perfil de riesgo son varones jóvenes entre 15 y 30 años y de tez oscura. Sea que caen en una riña entre pandillas o bien ante las redadas de la policía.

Hasta hace pocos años, San Félix era un bastión de los chavistas, del partido del actual gobierno de Nicolás Maduro quien había prometido una revolución a favor de los pobres. “Pero hoy, la gente quiere deshacerse de Maduro”, observa Ruiz de Cascos. Aunque los partidos de la oposición, que están recogiendo firmas para conseguir una revocatoria del presidente Maduro, no generarían mucha confianza en la gente, pues se les asocia demasiado con la vieja oligarquía del país, opina el sacerdote. Sin embargo, la gente tiene miedo de perder lo poco que el gobierno chavista les había dado – una casita, o solo una bolsa con alimentos

Lo que queda es el miedo. En el centro parroquial algunos jóvenes están aprendiendo el oficio del peluquero. ¿Cuántos de ellos tenían un asesinado entre sus amistades? Tenuemente se levantan algunos dedos. ¿Y cuál es su lectura de la situación desoladora del país? “Todo es tan complicado”, dice Marly Adrian, madre de tres pequeños hijos. En programas televisivos obligatorios de varias horas de duración, Nicolás Maduro habla de la conspiración del imperialismo con los empresarios venezolanos. A cambio, los partidos de la oposición acusan al gobierno de ser incapaz, corrupto y antidemocrático. Los habitantes de San Félix se quedan con el miedo: miedo a la represión del gobierno, miedo a las pandillas del barrio, miedo de no poder conseguir los alimentos para el próximo día. “Aquí en el barrio cada familia tiene alguien asesinado”, dice Ruiz de Cascos. El 95% de los asesinatos, dice, quedaba impune. Por esto inició la vicaría de la solidaridad en la diócesis, empezando con la sensibilización de la gente para que no acepten estas condiciones como algo normal. Condiciones que equivalen a un estado de guerra, “aún no ha sido declarado como tal”.

Infiltrada en la Maternidad

Diálogo en una farmacia en Puerto Ordaz, Venezuela: 

“Tiene aspirina?”

“No, solo cardipirina”

“¿Y paracetamol?” - “No, mi amor”.

“¿Metaclopramida? –“Solo en ampolla”.

“¿Insulina? – “De la que sea? Espere”.

“¿Algún remedio contra la presión alta? – “Noooo, mi amor”

Las farmacias en Venezuela están vendiendo ahora gaseosas y chucherías porque no tienen medicamentos. Dios provea al que caiga enfermo en Venezuela en estos días.

Los hospitales venezolanos son mejor vigilados que sus aeropuertos. El gobierno no quiere que la gente se entere de las condiciones de sus hospitales. La Maternidad Concepción Palacios, el hospital de referencia en toda Venezuela para partos y enfermedades ginecológicas, no es ninguna excepción. Un enorme edificio a 10 pisos en el centro de Caracas. Con el pretexto de ser investigadoras del zika en Venezuela, Gabi –una socióloga ducha en conseguir cifras de las instituciones más recalcitrantes- y yo logramos convencer al guardia para que nos deje pasar. Nos lleva a un espacio de unos 2 por 3 metros, donde está sentada una mujer bajita, delgada con el pelo gris y una mirada diligente silenciosa detrás de finos lentes. La doctora Gladys Zambrano es jefa del servicio de epidemiología del hospital. Amablemente nos muestra las cifras sobre el zika, que en resumen no existen, porque no hay reactivos para comprobar el virus. Las otras estadísticas son aún más alarmantes: de enero a marzo del 2016 aumentó por 69% la mortalidad infantil en el hospital, en comparación con el año anterior. Curvas ascendentes parecidas presentan los gráficos del dengue y la malaria en todo el país. De repente a la doctora Gladys le sale toda la rabia y frustración que tuvo que guardarse: “este hospital está en cierre técnico”, dice. “El 30 % de las salas no funciona, no tenemos ni material para limpiar los pisos, a las placentas los tenemos que poner en cartones por falta de bolsas. No tenemos comida para las pacientes”. La doctora de aspecto tan recatada no para en su catarsis ante nosotras, ni siquiera nos pregunta quiénes somos y qué haremos con la información. Le pregunto si no teme represalias si la cito con nombre y apellido. Zambrano ya no tiene reparos: “Soy vieja, tengo 60 años y gano si es mucho 30 dólares, que me voten pues”. 

Queremos ver con nuestros propios ojos el único quirófano funcionando en el sótano. Antes de entrar un largo pasillo, una voz fuerte nos retiene: “¿Adónde van?”. La voz sale de un espacio que parece un santuario de Chávez: afiches de salmos para Chávez, Chávez con boina roja, Chávez en uniforme militar, Chávez con gorro de béisbol, Chávez con Maduro y Maduro con Chávez. Sobre un escritorio duerme un gato gordo, detrás del escritorio se yergue la propietaria de la voz: Francisca León, 1, 55 metros a lo mucho, pelo gris recatado en una cola, y una voz de militar. Una heroína de la revolución chavista. Perdió un hijo en el Caracazo de 1992 y recibió una medalla de mano de Hugo Chávez. Hoy es vocera de los trabajadores del hospital. Chavista hasta los tuétanos. “Tenemos que aguantar, el gobierno ya está sembrando, la cosecha ya vendrá pronto”, dice la heroína de la revolución. 

“¿Y qué dice a las madres que vienen hoy a parir y no pueden esperar que se cosechen los alimentos?“. Por falta de argumentos, Francisca León levanta la voz en son de amenaza: “No estamos mal.” Y repite lo que el presidente Maduro no se cansa de decir: que los empresarios nacionales en conspiración con el imperialismo estén haciendo la guerra económica al gobierno revolucionario reteniendo los alimentos que tienen guardados.

Pero el debacle económico venezolano no empezó con la caída del petróleo en 2014. Empezó con el control de cambio introducido hace aproximadamente 10 años. Durante un buen tiempo se aprovecharon todos del dólar barato: los que compraban un nuevo carro a un cambio de dólar artificial igual que los que viajaban afuera con dólares otorgados por el estado. Las empresas compraban sus insumos afuera calculando en un cambio de dólar irrisorio que el gobierno venezolano iba a cancelar. Hasta que ya no canceló las facturas y los proveedores extranjeros dejaron de vender a empresarios venezolanos porque estos no pagaban sus cuentas. Pero en tiempos de bonanza era más barato importar que sembrar. 

El resultado se ve en la carretera de Caracas a Barquisimeto: en los terrenos expropiados cerca de la vieja hacienda Santa Teresa donde antes se producía la caña para uno de los mejores rones venezolanos, lucen invernaderos baldíos que nunca habían producido ni una lechuga o tomate. En Venezuela no solo hay una falta de comida por la inflación y especulación. Sencillamente no se produce suficiente. Muchas granjas y fincas fueron expropiadas o sus dueños extorsionados, entregados a los campesinos, pero sin fiscalizar su empeño. Hoy el gobierno venezolano no quiere admitir que fracasó y por esto no admite la importación de alimentos o medicamentos donados.

Los médicos y enfermeros en Venezuela eran los primeros a perder el miedo. “El otro día llegaron tres niños intoxicados, porque el padre solo logró traer arroz picado a la casa. Es un arroz para animales, mezclado con impurezas y excremento de ratas. El niño de cinco años murió”, dice entre indignación y lágrimas la enfermera Yarisma Molero en Barquisimeto. “Estamos trabajando con solo las uñas en el hospital”.

José Guarecuco, de 29 años, es médico general y cirujano residente en el hospital de Barquisimeto, la cuarta ciudad más grande del país. Es un hospital de categoría 4, donde supuestamente se tratan todas las enfermedades. El doctor Guarecuco nos lleva a emergencias: camas sin colchones, ni guantes o inyectadoras hay. No hay rayos X, faltan los reactivos para revelar las imágenes. El único ultrasonido trabaja a medias, solo se pueden reconocer tejidos blandos. La enfermera en el consultorio del ultrasonido pliega los paños de papel con los que se lava el gel después de un examen. El papel lo han traído los mismos pacientes, dice la enfermera. También dice que es chavista, pero más que a confesión suena a un recuerdo lejano. “Operamos con solo diagnóstico clínico”, confirma el Guarecuco. Algunos equipos tienen varios años sin funcionamiento: sea porque se cambió el contrato con el proveedor, sea porque algún funcionario o alguna empresa se enriqueció por encima de lo debido. O también porque el gobierno estableció un sistema de salud paralelo con sus ambulatorios “Barrio adentro” con médicos cubanos y universidades bolivarianas. Los médicos cubanos hace tiempo se fueron, los ambulatorios de Barrio Adentro dicen están desolados.

En el sótano del hospital de Barquisimeto trabaja José Pérez, un hombre compacto de rostro redondo y alegre, aún bromista en medio de la completa miseria. Desde hace 20 años es jefe de cocina del hospital. Remueve con un cucharón una sopa de frijoles chinos, lo único que hay para 900 pacientes, en una bandeja se ven algunas arepas. Debe ser el único cocinero que dice pasar hambre: “En mis 48 años nunca he sufrido hambre como ahora”, dice el cocinero. El lugar de la cocina es un hueco oscuro, con paredes exfoliadas y casi negras por el humo. Al costado, detrás de unas rejas se perciben las calderas eléctricas nuevecitas de una cocina moderna totalmente equipada. “La nueva cocina está lista desde hace 8 años, pero nuca fue inaugurada”, dice José Pérez. Nadie sabe bien porqué. Una versión dice que como fue construida por el entonces gobernador chavista de la región y cuando se convirtió en opositor del gobierno, este nunca quiso terminar la obra.

Hoy en día en Venezuela uno solo puede rezar de no enfermarse. Gladys Cordero no tuvo esta suerte. A la enfermera de 61 años le diagnosticaron un cáncer al colon. La acaban de operar y ella está esperando el resultado de la biopsia. Ojalá sea para radioterapia; insumos para quimioterapia no hay. Para ser operada tuvo que traer todo. Y Todo significa todo: guantes, inyectadoras, vendas, anestesia. Le costó unos 300 000 bolívares, 300 dólares en el mercado negro. Una fortuna. “No sé cómo mi familia lo hizo”, dice Gladys Cordero con la voz aun extenuada. Ya al salir, me llama y me dice al oído: “Y por favor digan, que la comida es muy mala, no es apta para enfermos. Los bollos son duros como piedras”.

En la noche, cadena televisiva, una alocución del presidente Maduro, todos los canales de televisión y de radio lo tienen que transmitir. La pantalla está dividida. Maduro, en pose jovial revolucionario con polo y camisa abierta, habla desde el palacio de gobierno; en la parte derecha de la pantalla se ve una asamblea de personal médico que está aplaudiendo frenéticamente. La ministra del Poder Popular de la Salud anuncia que van a cambiar el concepto de salud por uno de salud integral y con medicinas alternativas, para hacerse independientes de las grandes transnacionales farmacéuticas.

El hambre

Hace treinta años vi por primera vez un niño con el estómago hinchado por el hambre. Fue en Venezuela, yo trabajaba entonces como joven voluntaria en una comunidad cristiana en un barrio marginal de Barquisimeto. Fueron los años 80, cuando había una ancha clase media venezolana con dos autos, aire acondicionado en todas las habitaciones y viajes semestrales a los centros comerciales en Miami. Era la época cuando Caracas fue un lugar anhelado por muchos peruanos. Pero era también la Venezuela de los barrios (como se llaman los pueblos jóvenes en Venezuela), de las personas que nunca recibieron nada de la bonanza petrolera, que tenían que rebuscarse la comida diaria sea como sea. No creo que la pobreza en Venezuela era mayor que la peruana, pero era más escandalosa, más descarada porque convivía a los ojos de todos con el mayor derroche posible. Ni siquiera pretendieron que les importaran los pobres – hasta que llegó Hugo Chávez y los convirtió en soberanos y en sus más fieles seguidores, algunos lo son hasta hoy día a pesar de que el fracaso del chavismo ya es evidente.  

Nelly Herrera nunca se dejó tentar por las promesas del chavismo. Hace 30 años, ella era una de las más entregadas señoras e la comunidad cristiana. Por las mañanas trabajaba como empleada doméstica en una casa del centro, las tardes las pasaba en la parroquia animando los distintos grupos de jóvenes y adultos. Sus tres hijos, a los que criaba sola, la acompañaban siempre. 30 años más tarde la vuelvo a ver en la Comunidad del Cercado de Barquisimeto. A sus 71 años parece igualita, con su pelo negro lacio, solo está un poco más enjuta. Y sigue con su compromiso con la comunidad. Es responsable del ropero de la parroquia. “Pero ya no tenemos nada, la gente no trae ropa”. Ella firmó todas las revocatorias contra Chávez y contra Maduro, por esto, sospecha, que no recibe la pensión del gobierno para los ancianos que según ley le toca. Los otros miembros de la comunidad cuentan cosas parecidas: largas colas para conseguir comida a precio regulado; la decepción cuando después de horas de hacer cola, el producto anhelado ya se ha acabado; el abuso de los “bachaqueros”, como se llaman los revendedores, que muchas veces reclaman con un arma su lugar en la cola y no hay nada que hacer sino dejarlos pasar. 

La violencia y la indiferencia que se apropia de uno, la vergüenza de tener que observar como uno se deshumaniza sin querer por conseguir un paquete de harina pan, un pedazo de jabón de tocador o un litro de leche. Han visto personas desmayarse en el sol por tanto esperar, y nadie quiso ayudar por no arriesgar su puesto en la cola. Una maestra en un caserío dice que cada día vienen menos niños a las clases. “Los padres no tienen para darles a comer”. La indignación es grande Igual que el miedo. Diosdado Cabello, hombre fuerte del gobierno, ya dijo en público que personas que firmaran la revocatoria no tendrían cabida en el estado bolivariano. Los maestros temen por sus trabajos, los que han recibido una casa temen que ya no les den los papeles para sus casas o simplemente temen por no obtener la bolsa de comida. Las desconfianzas y las grietas en la sociedad venezolana son hondas.

El gobierno de Maduro no tiene apoyo ya. Los chavistas han fracasado, lo saben ellos mismos y solo pueden gobernar en por delante con la represión más dura. Pero sorprendentemente tampoco escucho entusiasmo alguno para los partidos de la oposición. Ellos habían prometido que con haber obtenido la mayoría en las elecciones para congreso en diciembre pasado, todo iba a mejorar. Desde entonces todo ha empeorado. “Es un juego de personas con intereses propios”, “tienen un discurso de salón”, son frases que escucho mucho.

A pesar de que la gente está presa por los miedos a la represión y desesperada por invertir horas y horas para conseguir los alimentos y productos más básicos, un estallido social está inminente, si la situación de abastecimiento no mejora. No tanto por las llamadas de la oposición a salir a la calle, sino por la pura desesperación. Cada día hay más saqueos en todo el país que la guardia nacional reprime cada vez con más violencia.

Hoy en día el gobierno de Nicolás Maduro se ha convertido definitivamente en una dictadura, o aún algo peor: “Si fuera una dictadura, por lo menos tuviéramos orden. Esto es un anarco-militarismo”, dice Manuel Virgüez, del Movimiento de Derechos Humanos “Vinotinto”, un hombre que alude al color de la selección nacional de fútbol, “la única que reúne a todos los sectores de la sociedad venezolana”.

De sorpresa escucho varias veces durante el viaje una mención al Perú. El Perú se ha convertido en un referente de esperanza para muchos venezolanos. “Han pasado por lo mismo y han logrado resurgir”, dice un amigo. No le quiero recordar que antes del despegue democrático, el Perú tuvo que pasar 10 años de Fujimori. No quiero ser aguafiestas para la poca esperanza que queda. Comparando con lo que Venezuela está viviendo ahora, 10 años de Fujimori casi suenan a paraíso.